Rivera Schatz: de su niñez en Trujillo Alto a la música
Cuenta sobre su niñez, la música que escucha, por qué eligió ser abogado y no ingeniero, cómo esa decisión marcó su carrera y lo llevó a la política.

Thomas Rivera Schatz siempre ha proyectado la imagen de un político fuerte, un abogado firme y un líder sin titubeos. Pero detrás de ese carácter hay una historia personal que rara vez se cuenta y que nos abrió en exclusiva. Su niñez fue la de un niño rodeado de familia, con la dicha de crecer en una calle de Trujillo Alto donde no solo convivía con sus hermanas, sino también con primos que eran como hermanos. Las memorias que guarda están llenas de juegos interminables en la misma calle, de fiestas familiares donde la Navidad era la época más esperada y del calor de un hogar donde la unión era la norma. Hablar de esa etapa es hablar de alegría, de amor y de un sentido de comunidad que marcó su identidad.
El origen de esa familia tiene una historia que trasciende fronteras. Su padre, militar puertorriqueño, conoció a su madre en Alemania, un encuentro inesperado que terminó en matrimonio y en la decisión de regresar a Puerto Rico para levantar allí un hogar. De esa unión nacieron los hijos que crecerían en Trujillo Alto, bajo la mezcla de la disciplina alemana y la calidez boricua. Rivera Schatz reconoce que esa dualidad cultural fue una ventaja: la estricta disciplina de su madre y la pasión política y social de su padre crearon un balance que todavía hoy forma parte de su carácter.
Cuando se le preguntó por su crianza, Rivera Schatz hizo una pausa y, con tono sereno, comenzó a describir la vida familiar que lo formó. Nació y creció en una familia humilde de Trujillo Alto. Su madre es alemana y su padre, puertorriqueño, la conoció mientras servía en el ejército en Alemania. De esa unión surgieron cinco hijos: cuatro mujeres y él, el único varón, situado justo en el centro entre dos hermanas mayores y dos menores.
Recordó haber estudiado en un colegio católico desde primero hasta cuarto año, pero lo que más marcó su niñez fue la finca de su abuelo. Allí, contó, vivía toda la familia extendida: tíos, tías y primos compartían la misma comunidad, como una gran casa abierta donde nunca faltaba compañía ni atención. Sus tíos y tías —“como padres adicionales”, dijo— siempre estaban pendientes de cada uno de los niños, igual que los abuelos.
“Fue una niñez muy agradable, muy buena, muy saludable”, resumió, subrayando que tanto sus padres como toda la familia velaban de cerca por él, por sus hermanas y por todos sus primos. Esa experiencia de crecer rodeado de afecto, disciplina y comunidad, confesó, marcó para siempre su carácter. Y concluyó con una afirmación contundente: “Así que tuvimos una vida familiar, yo te diría que extraordinaria”.
Al profundizar en el tema, se le preguntó si consideraba que había tenido una niñez feliz. Sonrió antes de responder: “Seguro, claro que sí, mis hermanas también. Somos una familia muy unida”. Añadió que ese vínculo no se limitaba al núcleo de papá, mamá y hermanas, sino que se extendía a toda la familia. “Compartíamos un entorno donde mis tíos, mis tías, mis primos, estábamos todo el tiempo juntos y cercanos”, recordó.
Esa cercanía también se reflejaba en la vida cotidiana. “Estudiamos todos en el Colegio de Santa Cruz de Trujillo Alto, íbamos a la misma iglesia, íbamos a las mismas actividades”, contó. Y con un gesto nostálgico, evocó las Navidades de su infancia: “En Navidad y en las épocas festivas, nuestras familias hacían una vez en la casa de un tío, otro día en la casa del otro tío, de los abuelos, así por el estilo”.
Su camino a la abogacía
En su juventud, Thomas Rivera Schatz enfrentó una encrucijada entre las expectativas familiares y sus propios sueños. “Cuando yo iba a comenzar estudios universitarios, mi papá quería que yo estudiara ingeniería, porque yo siempre estoy construyendo y haciendo diseños, haciendo cosas, y él siempre pensó que me iba a inclinar por la ingeniería”, recordó.
Pero desde temprano ya tenía una decisión tomada. “Yo siempre había dicho que quería ser abogado”, afirmó con firmeza. Eligió cursar un bachillerato en Ciencias Políticas en la Universidad Interamericana y luego ingresó a la Facultad de Derecho. “En poco más de tres años terminé, siendo estudiante nocturno. Revalidé en el primer intento, fui una de las notas más altas de las revalidas, y de inmediato estuve inmerso en la práctica de la profesión, con muy gratas experiencias”.
Esa pasión inicial nunca se apagó. Con voz firme, recordó cuánto disfrutaba su carrera legal: “A mí me encanta la práctica de la profesión, de hecho es una de las cosas que extraño, a pesar de tantos años en el Senado”.
Explicó que desde los tribunales encontraba un espacio en el que se sentía pleno: “Yo me veía en mi práctica de abogado, que me fue muy bien. Veía todo tipo de casos, pero esencialmente la práctica criminal”.
Con orgullo, relató que su trabajo dejó huella en la jurisprudencia local: “Logramos llevar y establecer algunos precedentes en el Tribunal Supremo, y mi pasión era esa: ver, litigar en los tribunales”.
El ascenso de licenciado a Presidente del Senado
Su carrera en la vida pública fue tomando forma poco a poco, aunque él insiste en que nunca se apartó de su verdadera pasión: el derecho. “Luego fui fiscal, trabajé como asesor legislativo en la Cámara, en el Senado, mucho tiempo, nunca abandonando la práctica”, relató. Ese doble rol le permitió moverse con soltura entre los tribunales y los pasillos del Capitolio.
El ascenso continuó con nombramientos de mayor peso. “Luego fui designado comisionado electoral de mi partido en el año 2001. Posteriormente, en el 2005, me designan secretario general. Fui el primero que ocupó las dos posiciones al mismo tiempo, secretario y comisionado electoral”, dijo con evidente orgullo.
A pesar de esa trayectoria, subrayó que no se veía a sí mismo como político en el sentido tradicional. “Nunca pensé que iba a aspirar a un cargo público, porque mi papá fue alcalde de Trujillo Alto, y quizás de ahí vengo inspirado por el servicio público. Mi mamá siempre estuvo en mi casa cuidando y criando a los hijos, pero tal vez eso influyó en alguna manera”, reflexionó.
Con el paso del tiempo, esa mezcla de experiencias lo empujó hacia el ruedo electoral. “En el 2008 fueron las elecciones, y en el 2009 inaugurarme como senador por acumulación del PNP”, recordó. De esa manera, el abogado que alguna vez se imaginó dedicando toda su vida a los tribunales terminó en el centro de la política puertorriqueña, con un rol que lo marcaría hasta el presente.
¿Qué música escucha Rivera Schatz?
Aunque fue difícil de sacarle una respuesta, en medio de la conversación más íntima, la música también ocupó su espacio. Rivera Schatz asegura que escucha de todo, pero lo que más predomina en su vida es la salsa. Es la banda sonora de su día a día y el género con el que se identifica. " Yo escucho música de Marc Anthony, de Gilberto Santarosa, del Gran Combo de Puerto Rico" afirmó el Presidente luego del tercer intento durante la entrevista. Tanto es su gusto por el género musical que adelantó que prepara un reconocimiento especial a los grandes maestros de la salsa puertorriqueña, a quienes decidió llamar en tono jocoso y de cariño “artistas honorables”. Para él, esos músicos representan una parte esencial de la cultura de Puerto Rico, figuras que merecen ser recordadas y exaltadas.
Este retrato, que nos comparte en exclusiva, muestra a un Thomas Rivera Schatz más humano y cercano, el niño de Trujillo Alto que jugaba en la calle con primos y hermanas, el hijo de un militar boricua y una mujer alemana que apostaron por Puerto Rico para criar a su familia, el abogado que prefirió su pasión antes que complacer los deseos profesionales de su padre y el hombre que todavía sueña con regresar a los tribunales. Un líder que en lo personal se deja llevar por el ritmo de la salsa y que proyecta en su vida pública la mezcla de disciplina, carácter y arraigo cultural que lo definen.
Esta es la segunda entrega de una serie especial sobre la entrevista exclusiva de Thomas Rivera Schatz con INDIARIO.