Censura por goteo: Cómo nos imponen el silencio en nombre del "progreso"
Juan Luis Camacho, exsecretario general del PPD, cuestiona la corrección política y la censura gradual que debilitan tradiciones y lenguaje en Puerto Rico.
Por Juan Luis Camacho Semidei|Opinión|

Cada año, justo cuando el boricua desempolva el güiro y empieza a calcular cuántas cajas de cerveza caben en la guagüita, aparece la "gestapo de la sensibilidad" con su libreta de multas morales. Esta inquisición digital, que parece tener más tiempo libre que un legislador en pleno receso, ha decretado que decir "Merry Christmas" es el nuevo pecado capital. Según este grupo de iluminados, pronunciar la palabra prohibida es una microagresión, una exclusión sistémica y, poco menos, que un atentado terrorista contra el "espacio seguro" de alguien que probablemente vive en un apartamento con aire central y cero contacto con la realidad del país.
¡Qué clase de monga intelectual nos ha caído encima!
La nueva moda es sustituirlo todo por el desabrido, estéril y corporativo "Happy Holidays” o “Felices Fiestas”. Un término que sabe a cartón húmedo y suena a memorándum de Recursos Humanos de una empresa que te va a dejar en la calle antes de las Octavitas. Nos quieren vender este embeleco bajo el disfraz de la "inclusión", pero lo que hay detrás es una castración cultural de grandes proporciones.
Son los mismos "especialistas en ofensas" que, en Estados Unidos, borraron a los Indios de Cleveland, eliminaron a los Washington Redskins y jubilaron a Aunt Jemima de la etiqueta del sirope por "racismo". El resultado es glorioso: hoy el consumidor no sabe ni qué marca de melaza está comprando, pero eso sí, los progresistas de cafetín lograron lo que supuestamente combatían: esconder la presencia de los afroamericanos y los nativos de la vista de todos. Los invisibilizaron para no sentirse culpables, como quien esconde los trastes sucios en el horno cuando llega visita.
Pero claro, como aquí en el patio padecemos de un "arrodillamiento mental" crónico, siempre aparece el que se quiere copiar del último hipo de la moda en Nueva York para sentirse "cool" o vanguardista. Es la misma fauna ridícula que hace unas semanas se rasgaba las vestiduras con la canción de Víctor Manuelle, "No dejen cantar al gago". Lo más cínico del asunto es que los que pusieron el grito en el cielo no fueron los que tienen dificultades de habla —quienes probablemente tienen el sentido del humor y la madurez para entender una guaracha—, sino los "abogados de oficio" de la moral ajena. Esos que necesitan ofenderse en nombre de terceros para sentir que su existencia tiene algún propósito. Son los mismos que te corrigen el lenguaje pero no mueven un dedo por el vecino que no tiene luz. ¿Qué sera lo próximo… la eliminación de Torres en Guaraguao Security? ¿O la eliminación cancelación de los personajes de “Men and the City”, porque se ofenden los divorciados y los padres solteros?
Ver a un boricua —que vive en una isla donde la Navidad dura más que la esperanza de pegarse en Powerball y donde el pesebre es el centro de la mesa— tratando de imponer el "Happy Holidays" para no incomodar a la nada, raya en lo patológico. Es querer meter la nieve de plástico por la fuerza en un pesebre de barro. Es adoptar traumas importados para problemas que aquí, entre el calor y el pitorro, simplemente no existen.
La verdadera inclusión no es diluir nuestra identidad en una sopa gris de términos genéricos que no dicen un carajo. La tolerancia real es celebrar que somos distintos. La Navidad es una fiesta Cristiana, ninguna otra religión la celebra de la misma manera. Si un amigo judío me desea un "Hanukkah Sameach" o un amigo musulmán me desea “Eid Mubarak” , yo no llamo a la policía del pensamiento; simplemente le doy un abrazo y le pregunto dónde es la fiesta. Pero aquí, el afán de ser "más americanos que el Apple Pie" o “más izquierdoso que AOC” nos lleva a pedir perdón por nuestras propias raíces.
Esta obsesión por higienizar el lenguaje es el refugio de los que no tienen alma ni historia. Quieren un mundo sin sabor, sin nombre y sin raíz, no sea que a alguien se le agrie el café con leche. Por mi parte, pueden quedarse con sus "felices fiestas" de imitación y su corrección política de paquete. Yo me quedo con la honestidad de nuestra cultura, con el escándalo de la parranda y con la fuerza de nuestras palabras.
Si a usted le molesta que una fiesta que nos define mantenga su nombre original, el problema no es mi saludo, es su fragilidad de cristal de vitrina. Yo lo digo sin eufemismos y sin pedirle permiso a ningún comité de ética de Twitter: Merry Christmas. Y si le ofende, júntese con los que querían callar al gago y monte su propio coro de mudos; nosotros seguiremos celebrando con nombre y apellido.
Feliz Navidad, Merry Christmas!!!