Se acabó la residencia, volvemos a la programación regular
Columna semanal del exsecretario del PPD, Juan Luis Camacho Semidei, sobre la residencia de Bad Bunny y el regreso a la realidad de la Isla

Durante semanas, Puerto Rico se creyó capital del universo. La residencia de Bad Bunny fue nuestro nuevo “milagro nacional”. Hubo quien cogió el préstamo estudiantil para pagar taquillas, quien faltó al trabajo —o a clases— para hacer la fila absurda de madrugada, y quien juraba que entrar al Choliseo era más importante que pagar la renta o el plan médico. ¡Y ni hablar de los que no dejaron a la jeva (o jevo) tóxica por no perder sus taquillas! Todo por estar en la misa del Conejo Malo, coreando Tití Me Preguntó como si fuera un himno nacional.
Y como buen país de tradición colectiva, cerramos con la “ñapa” del sábado, transmitida por Amazon, esa compañía que para Rafael Bernabe es la mismísima encarnación del mal por ser “aliada de Israel”. Claro, desde su Palestina mediocre él se asegura de que sus libros estén bien disponibles en la misma plataforma que demoniza. TU NO METES CABRA SARAMABICHE! dice uno de los primeros éxitos de Bad Bunny. Para continuar deja darme un shot de PIToRRO DE COCO!
Pero ahí estuvimos todos: la familia, los vecinos, los panas y hasta los que nunca habían escuchado un disco completo de Bad Bunny. Unos para criticarlo, otros para gritar cada palabra de Me Porto Bonito, pero todos allí, porque si algo nos une más que la bandera es el sentimiento de anciedad que da el “no me lo quiero perder”.
Pero ya se acabó la fiesta. Ya guardaron las pavas hasta la fiesta de la puertorriqueñidad de la escuela, o cuando vayan a limpiar el patio; se bajó la montaña sin informe de impacto ambiental, cortaron el flamboyán sin permiso de poda, y se llevaron la casita sin decirnos si la van a vender a algún extranjero para que haga un AirBNB. Volvemos a la “programación regular”: EL ApAGÓN cortesía de LUMA, carreteras con BOKeTEs que parecen cráteres lunares, políticos que de verdad piensan que la gente anda bebiendo CAFé CON RON. Y claro, están los que dicen con solemnidad: que no nos pase “LO QUE LE PASÓ A HAWAii” pero no se atreven a decir que se juntan con los que hicieron posible “lo que le pasó a Cuba y Venezuela”, porque se ofenden como generación de cristal.
Y claro, aparecieron los iluminados de siempre, tratando de vendernos que esto era un acto de liberación nacional, que Benito es la nueva figura separatista y que cada perreo fue una proclama revolucionaria. Por favor. Allí celebramos todos: estadistas, estadolibristas e independentistas; de izquierda, de derecha y de donde sea. Porque cantar con orgullo lo que somos no nos convierte en independentistas automáticos, aunque algunos quieran adjudicarse hasta la venta de popcorn en el Choliseo.
Ah, y como buen país tropical, no podía faltar el drama absurdo: el Sapo Concho, ese símbolo que todos conocen, quizás anda pensando en demandar, porque lo han utilizado sin su consentimiento. Sí, demandar, como el don de la casita, que no sabe leer ni escribir pa’ firmar un contrato, pero el abogado le enseñó pa’ demandar por seis millones. Ay mira, mejor dame otro shot de PIToRRO DE COCO, y seguimos.
Lo cierto es que, después del “after party”, lo que nos espera es el mismo libreto de siempre: un país que se desangra, instituciones en ruinas y un sistema eléctrico que funciona peor que una planta de sin cambio de aceite. Y ahí es donde el sarcasmo se vuelve pregunta seria: si logramos llenar el Choliseo treinta y una noches, si somos capaces de mover masas por una taquilla, ¿por qué no usamos esa misma energía para exigir que el país funcione? No se trata de hacernos los revolucionarios bolivarianos, ni de cantar un “Estamos bien, eh!” de embuste. Se trata, simplemente, de que este país prenda… y no con velas.
Pero claro, es más fácil dejarse la garganta con Yo Perreo Sola que gritar “yo pago demasiado”. Más divertido corear un “¡Puerto Rico estoy cabrón!” que exigir con la misma fuerza “¡Puerto Rico debería estar mejor!”. Y más cómodo repetir el mantra de “Acho, PR es otra cosa” que aceptar la otra verdad: sí, es otra cosa, pero no la que anhelamos.
Bad Bunny hizo lo suyo: nos entretuvo, nos distrajo, nos dio motivos para sentirnos orgullosos y movió la economía desde el ámbito privado, sin mucha necesidad de intromisión gubernamental. Nosotros, como buenos boricuas, haremos lo nuestro: esperar a la próxima residencia, al próximo concierto o al próximo “boom cultural” para convencernos de que todo está bien… aunque sepamos que, apenas se apagan las luces, regresa la triste y conocida programación regular.
Bienvenidos de vuelta, acomódense… y si quieren emoción, busquen velas. Porque aquí, a diferencia de la canción, no siempre “estamos bien”.