El fin de las escoltas, el inicio del sentido común
En su columna de opinión, Juan Luis Camacho celebra la aprobación legislativa para eliminar las escoltas de exgobernadores y exhorta a la gobernadora a firmarlo

Dicen que en Puerto Rico todo cambia para que nada cambie… pero a veces, por suerte, cambia algo. El 30 de septiembre publiqué una columna en Indiario.com sobre las escoltas de los exgobernadores, y lo hice más por cansancio que por inspiración. No esperaba milagros, pero mire usted: al otro día, el senador Juan Oscar Morales —sí, directo de las filas del PNP— radicó el Proyecto 752, y ese mismo día lo aprobaron en el Senado.
Para rematar, el lunes 3 de noviembre, la Cámara también lo avaló. Cuando una idea es justa, ni los colores políticos se atreven a frenarla.
Ahora solo falta que la Gobernadora la firme. Y ahí es donde la historia puede tener final feliz… o secuela innecesaria.
Porque si algo le sobra a este país son leyes que nacen bien y mueren en el escritorio de Fortaleza, víctimas del cálculo político o del espejo del poder. Y no hay cálculo que justifique mantener agentes cuidando a quienes ya no mandan, mientras el resto del país se pregunta quién los cuida a ellos.
Quiero dejar esto clarito: esto no es un ajuste para un nombre particular ni una venganza selectiva. No se trata de quitarle unicame la escolta a Wanda Vázquez porque es convicta —se trata de hacer lo correcto y eliminar ese privilegio para todos los exgobernadores. Es una regla general, no una cacería.
Las escoltas permanentes se convirtieron en ese símbolo de que aquí los privilegios para algunos no se acaban. Exgobernadores con seguridad de por vida, mientras policías con 20 años de servicio esperan un aumento que nunca llega. Esa es la “isla del encanto”: donde el encanto siempre tiene escolta, pero la justicia camina sola.
Ahora bien, que nadie se confunda: esto no logra ahorros en salarios, porque esos policías seguirán siendo policías. Se trata de reubicarlos donde hacen más falta, de ponerlos en patrullas, cuarteles, comunidades y escuelas; donde su trabajo protege vidas, no egos. Es devolverle a la ciudadanía recursos humanos que hoy se pierden en el protocolo.
Cada agente que regresa a la calle vale más que cualquier caravana oficial.
En la historia también hay ejemplos de dignidad que no necesitan sirenas. Cuando Harry S. Truman dejó la Casa Blanca en 1953, no pidió escolta ni caravana: se montó en su carro, con su esposa al lado, y guió de regreso a su casa en Missouri.
No necesitó protección, porque quien vive con la conciencia tranquila no le teme al pueblo.
Quizás ahí está la verdadera lección: el poder no se demuestra con guardias, sino con humildad. Aquí tenemos los casos de Sila María Calderón y Anibal Acevedo Vila, a quien puede usted querer u odiar, pero hay que reconocerles que volvieron al pueblo, sin protecciones.
Si la Gobernadora firma este proyecto, demostrará que el poder no necesita sirenas. Firmar sería decir: “se acabó la película del privilegio”. No firmar, en cambio, sería seguir pagando la secuela con fondos públicos.
Y es cierto: hay algunos incredulos quienes dicen que no lo hará, porque ella misma perdería ese beneficio cuando deje el cargo. Pero ese es precisamente el tipo de decisión que el pueblo espera sus gobernantes tomen.
Así que, Gobernadora, firme el PS752. Déjele ese regalo a la historia, devuélvale los policías al pueblo… y cuando termine su mandato, pida un Uber, ponga “Fortaleza” como punto de partida y “realidad” como destino.
Y si algún exgobernador se queja, que haga fila en el Tribunal Supremo, veremos si este nuevo Tribunal Supremo enmienda errorres y actua conforme al sentido común.

