Más Peligroso que un Reactor Nuclear: Un Politico con MIEDO
En su columna, el exsecretario general del PPD, pide evaluar la energía nuclear en Puerto Rico y cuestiona el miedo político que frena el debate.

En Puerto Rico, basta mencionar la frase “energia nuclear” para que a más de uno se le vire el café. Aparecen los de siempre con cara de alarma y frases recicladas: “eso explota”, “eso es carisimo”, o la clásica “aquí no se le da mantenimiento a nada”. Pero mientras seguimos con los apagones, las plantas remendadas y los generadores rugiendo como motora vieja, el resto del mundo sigue encendiendo la luz – literalmente – con tecnología nuclear moderna, limpia y segura.
Durante décadas, nos vendieron miedo. Chernóbil y Fukushima se convirtieron en sinónimos de desastre, pero nadie menciona que fueron accidentes de otro tiempo, con tecnología obsolteta y errores humanos que hoy serían imposibles. Los nuevos reactores modulares pequeños (SMRs) parecen sacados de un episodio futurista: compactos, automatizados y capaces de apagarse solos si algo falla. No estamos hablando de Springfield ni del señor Burns; estamos hablando de Francia, Japón, Canadá y Estados Unidos… países que llevan décadas usando energía nuclear sin salir en las noticias por explosiones.

Puerto Rico, mientras tanto, depende de combustible importado y de contratos que nos cuentan el alma y la paciencia. Seguimos pagando por la energía más cara del Caribe, y todavía hay quein dice que explorar opciones nuevas “no se puede”. Esa frase, “no se puede”, es nuestra plaga más peligrosa. Si por algunos fuera, todavia estaríamos esperando la luz del poste que prometieron cuando inauguraron la Autoridad de Energía Eléctrica.
Y claro, los argumentos abundan. Un amigo en dias recientes me soltó esta pregunta:
-“Muchacho, ¿y si eso explota?” Le contesté sin pestañear: -“Capeco explotó y tu no te mudaste de Bayamón.”
Porque así somos: nos asusta lo nuevo, pero convivimos con lo viejo aunque sea más peligroso. Capeco explotó, se cerró, se revisó y volvió a funcionar con otro nombre. Nadie organizó marchas para abolir la gasolina. Pero si mencionas “nuclear”, rapido te miran como si hubieras dicho “Godzilla”.
Lo más curioso es que miles de puertorriqueños que se mudan a Estados Unidos viven cerca de plantas nucleares… y ni lo saben. En Florida, los boricuas de Orlando y Kissimmee están a menos de dos horas de la planta de St. Lucie, y a unas tres horas y pico de Turkey Point – y nadie anda con capacete, ni trajes protectores. En Hartford, Connecticut, la planta Millstone queda a 45 minutos en carro. En Houston, la South Texas Project está a hora y veinte. En Nueva York y Nueva Jersey, las plantas Salem, Hope Creek y Millstone estan a menos de dos horas; y en Chicago, las de Dresden y LaSalle están a menos de hora y media del centro urbano.
Nadie se muda diciendo “dejame irme lejos del reactor”, ni le preguntan al corredor de bienes raíces si la casa queda dentro del “radio atómico”. Y si lo hiciera, el pobre realtor de quedaría sin saber si mostrarle una casa o traerle un libro de química. Porque -dato curioso- el “radio atómico” no mide distancia de peligro, sino que se trata de una medida microscópica del tamaño de un átomo: unas 0.00000000005 metros. Tan diminuta que caben millones dentro del punto de una i. Pero claro, suena tan apocalíptico que en Puerto Rico sería un gran titular: “Vecinos denuncian que viven dentro del radio atómico” y alli llegaría Eliezer Molina o Tito Kayak a montar algún campamento.
La semana pasada, en la Cámara de Representantes, se reabrió el debate sobre la energía nuclear con la Resolución 400 de Rodríguez Aguiló, allí se escucharon de todo tipo de posturas: desde los que ven fantasmas radioactivos hasta los que entienden que la isla no puede seguir apostándole a la vela y al abanico.
El DDEC habló de riesgos sismicos y costos; LUMA recordó que los estudios previos descartaron lo nuclear; y la Asociación de Industriales dijo que primero hay que modernizar la transmisión. Todo válido, pero todos obviaron algo: el costo del apagón tambien se mide, y ese sí lo estamos pagando cada mes con intereses, gasolina y estrés.
Por otro lado, el Nuclear Alternative Project (NAP) trajo la voz sensata: los nuevos reactores modulares no son monstruos de concreto, sino sistemas seguros, diseñados para islas, resistentes a temblores y sin emisiones de carbono. Hasta recordaron que el 93% de los puertorriqueños estaría dispuesto a aprender sobre energía nuclear si se les explica bien. En otras palabras: el pueblo no le teme tanto a la tecnología como le teme a la desinformación.
Y por los pasillos del Capitólio, corre un rumor tan tropical como el miedo: que algunos (incluso de la mayoria) se oponen al simple estudio del tema porque -dicen- “si esta administración logra bajar la luz, nadie le gana”. O sea, que el voltaje político preocupa más que el voltaje eléctrico. Si eso fuera cierto, estaríamos frente a la paradoja más boricua del siglo: negar el progreso para evitar la competencia. Pero la ambición electoral no puede ser el ancla del desarrollo económico ni el fusible del industrial. Total, pueden estar tranquilos, que parece que hasta la Gobernadora se tiene miedo ella misma, porque descartó del saque la energía nuclear.
Un sistema energético más confiable, económico y estable podría ser el Cupido de las fábricas que tanto mencionamos en el famoso “reshoring” que promueve Donald Trump. Y si, Trump – el mismo de “Drill, baby, drill”- tambien apoya la energía nuclear. Uno podrá estar o no de acuerdo con él, pero al menos entiende algo básico: sin energía, no hay industrias.
Y si un día, por esas ironías del destino, Trump se levantara con la idea de impulsar el potencial energético de Puerto Rico, no me sorprendería que gritara: “Make ELA Great Again.” Por que les guste o no, solo bajo el Estado Libre Asociado podriamos combinar la autonomía, los incentivos federales y la capacidad industrial que una vez trajeron las 936. Sorry, mis amigos estadistas, pero ni los Republicanos le van a dar la estadidad, ni con miedo prendemos un bombillo.
Además, hablemos de números: en estados donde la energía nuclear forma parte esencial de la matriz – como Illinois, Virginia, Carolina del Sur o Florida -, el kilovatio-hora ronda entre 10 y 13 centavos. En Puerto Rico, seguimos flotando entre 26 y 30 centavos, y con el petróleo y el gas subiendo como si fueran acciones de Tesla. Esa diferencia no es trivial: tener la electricidad a 10 centavos por kilovatio-hora representaría un ahorro estimado de $140 millones al mes, sin contar el efecto multiplicdor en la economía por la reactivación de industrias y comercis que hoy no pueden operar con costos tan altos.
Para que tengamos perspectiva, Indiana, nuestro mayor competidor en la repatriación de farmacéuticas, tiene un costo promedio de 14.3 centavos por kilovatio-hora. Si Puerto Rico se acercara siquiera a eso, volveríamos a ser competitivos en manufactura, biotecnología y exportación.
La energia nuclear no solo es más estable y predecible, sino que además no sufre intermitencia como la solar o la eólica, ni depende de cielos despejados o vientos perfectos. Por eso se considera una fuente ideal de carga base, capaz de integrarse con renovables sin que el sistema colapse cada vez que se esconde el sol o deja de soplar el viento.
Y lo mejor: con un reactor modular, nos olvidamos del costo de combustible por casi 20 años. Mientras aquí hacemos “subastas” para comprar petroleo o gas, allá lo que subastan son empleos, desarrollo e inversión.
La energía nuclear no es una varita mágica, pero sí una opción que merece evaluarse con datos, no con prejuicios. Si otros paises – y hasta las ciudades donde viven nuestros propios familiares – pueden hacerlo con éxito, ¿por qué nosotros no?
La transición energética no puede seguir siendo una novela de excusas, apagones y conferencias de prensa con velas. Puerto Rico merece discutirlo todo – solar, eólica, hidrógeno, waste to energy, oceanotérmica… y si, nuclear también. Porque si seguimos apagando ideas por miedo, terminaremos alumbrándonos con velas mientras el resto del mundo nos ve desde la claridad del siglo XXI.