Dos Leyes, Un Mismo Norte: La Reforma Pro-Oportunidades del Senado
En esta columna, Rivera Schatz explica como las Leyes 96-2025 y 102-2025 reducen la burocracia para retener y atraer talento a Puerto Rico.

La burocracia innecesaria no es un mal inevitable. Es una cadena. Y las cadenas se rompen.
Por años, el papeleo excesivo, los procesos interminables y las reglas sin sentido han frenado emprendimiento, desmotivado a profesionales y limitado el potencial de nuestra economía. Hemos visto cómo un permiso o una licencia puede convertirse en un viacrucis de meses, a veces años, donde el ciudadano pierde tiempo, dinero y hasta la esperanza. Y mientras tanto, oportunidades que podían quedarse aquí se van a otro lugar más ágil, más eficiente y más justo.
Con la aprobación de la Ley 96-2025 y la Ley 102-2025, rompimos dos de esas cadenas. Distintas en su alcance, pero con un mismo objetivo: abrir camino para que nuestra gente pueda trabajar y progresar sin trabas absurdas.
El problema era evidente. Obtener una licencia profesional podía tardar meses. Meses que significaban empleos perdidos, proyectos detenidos y jóvenes cualificados empacando maletas para buscar en otros estados lo que aquí no podían lograr. Desde el sector de la salud hasta la industria inmueble, profesionales que nuestra economía necesita con urgencia optaban por irse, no por falta de amor a su tierra, sino por falta de oportunidades reales. Esa fuga de talento tenía que detenerse.
La Ley 96-2025 ataca el problema desde adentro. Unifica el procedimiento para todas las Juntas Examinadoras, impone un máximo de 30 días para atender solicitudes y establece que, si no hay respuesta a tiempo, se emite una licencia provisional. Se acabaron las excusas y los “estamos evaluando”. Ahora la ley establece un reloj claro, y si no se cumple, el ciudadano no paga las consecuencias.
La Ley 102-2025 mira hacia afuera. Reconoce licencias profesionales válidas, activas y sin sanciones de otros estados. No es regalar licencias, que quede claro. Es derribar murallas inútiles que solo servían para ahuyentar talento. Antes, un profesional con años de experiencia en la Florida, Texas o Nueva York debía empezar desde cero aquí, como si nunca hubiera trabajado. El resultado: muchos ni siquiera lo intentaban. Con esta ley, Puerto Rico se une a otras 27 jurisdicciones de Estados Unidos que ya aplican esta política moderna y efectiva, enviando un mensaje claro: aquí el talento es bienvenido.
El impacto será visible y medible. Más empleados para hospitales y laboratorio. Menos tiempo de espera para citas médicas. Más profesionales para adelantar proyectos de infraestructura. Más oportunidades para que nuestros jóvenes, formados aquí o en el resto de la Nación, regresen a aportar a su tierra. Menos razones para que el talento siga tomando un avión de ida sin regreso.
Que nadie se equivoque: no hemos llegado al final del camino. Estas leyes son un paso firme, pero todavía quedan otras cadenas que romper. La burocracia tiene muchos rostros: permisos que se eternizan, regulaciones que nadie revisa desde hace décadas, procesos duplicados que gastan tiempo y dinero sin aportar valor.
En el Senado legislamos con visión, eficiencia y justicia. No mentimos, no adornamos la realidad, no creamos falsas expectativas. Cuando decimos que algo se va a hacer, se hace. Como dije en mi columna anterior, el mejor programa social es un empleo. Y nuestra palabra empeñada, la cumplimos.
Estas dos leyes demuestran que es posible cambiar las cosas cuando hay voluntad política y compromiso real con el ciudadano. Demuestran que no hay que resignarse a un sistema lento, ineficiente y hostil para el que quiere trabajar. Y demuestran que, si seguimos derribando barreras, Puerto Rico puede convertirse en un lugar donde el talento florece, las oportunidades crecen y el progreso se siente en cada comunidad.
Romper cadenas no es un evento aislado. Es un trabajo constante. Y en ese trabajo, este Senado seguirá al frente, haciendo lo que hay que hacer para que nuestro pueblo tenga la oportunidad de prosperar aquí, en su tierra, sin que la burocracia se lo impida.