Crónicas del Reino de Borinquenia

En su más reciente columna, el exsecretario general del PPD usa la sátira para describir la política puertorriqueña como un espectáculo sin pausa.

Por Juan Luis Camacho SemideiOpinión|

(Suministrada)
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Mensaje especial del autor: En esta Isla que todo es espectaculo y obra teatral, de vez en cuando hay que entretener al público que espera ancioso el golpe de un aumento de la luz, o de simplemente no tener luz. Es por esto, que decidí contarles la historia reciente mediante este cuento. Que lo disfruten! En esta isla que todo es espectaculo y obra teatral, de vez en cuando hay que entretener al público que espera ancioso el golpe de un aumento de la luz, o de simplemente no tener luz. Es por esto, que decidí contarles la historia reciente mediante este cuento. Que lo disfruten!

En el Reino de Borinquenia no hay calma, solo recesos breves entre escándalo y escaramuza. Cada semana aparece un héroe nuevo, una alianza imprevista o una promesa tan brillante que apenas dura lo que tarda en apagarse el micrófono.

Desde las tierras nobles del Sur emergió Don Pablo de los Hernández, heredero de la Casa Real ponceña, con verbo pulido, mirada de linaje y discurso de refundación. Llegó hasta los Baños Termales de Coamo, no a descansar, sino a dejar su sello en la Asamblea Reglamentaria del Reino. Allí, entre vapores curativos y discursos con aroma a incienso político, Don Pablo lució como todo un caballero de la mesa redonda. Alzó su copa —de agua termal, naturalmente— y proclamó con solemnidad su deseo de refundar el Reino de Borinquenia. El público lo aplaudió con entusiasmo medido: algunos por esperanza, otros por costumbre, y unos pocos porque ya estaban grabando para las redes.

Pero en Borinquenia nadie deja que otro acapare el escenario. A los pocos días, la reina Jenny la del Can-Am, trajo a los ex monarcas, Luis el Ley7 y Ricky el Exhiliado, como cuento de Melín y Melame para mantener viva la insignia: Melín con la palma, y Melame... también en el conclave.

Allí convocaron al indomable Don Tiburón del Parlamento y Sir Mickey, Duque de San Juan, y organizaron su propio acto en el majestuoso Teatro de la Soda. Aquello fue un espectáculo de luces, vítores y filtros de Instagram. Los porteros del teatro, muy diligentes, no dejaron entrar a los seguidores de Sir Mickey, no fuera que su entusiasmo opacara el brillo real. Adentro, los tres se presentaron radiantes: la reina Jenny, con energía de campaña y sonrisa de temporada; Don Tiburón, marcando presencia con rugido de jefe; y Sir Mickey, se le vió vestido con los uniformes de Don Tiburón, como si compartieran sastre, peinador y estrategia. Los murmullos no se hicieron esperar. Que si era alianza. Que si era mensaje. Que si era golpe, y no precisamente de los Tres Golpes del desayuno. En el reino todo se interpreta, se amplifica y se distorsiona al ritmo del chisme oficial.

Mientras tanto, en los caminos del reino, Juanito el Separatista sigue recorriendo plazas con su papiro bajo el brazo, buscando atención, micrófono o mirada. Habla de libertad con la pasión del trovador y esquivando cualquier vinculo con el reino de las Arepas Bolivarianas Maduras. Los Victoriosos que no ganan, por su parte, andan enfrascados en su epopeya burocrática: pugnan por reinscribirse para participar en la próxima batalla, convencidos de que esta vez sí —como todas las veces anteriores. Y los Dignos de la Fe, firmes en sus convicciones, continúan orando por un milagro que les permita no desaparecer del mapa político. La esperanza, en su caso, es religión y estrategia a la vez.

Así está Borinquenia: el Caballero del Sur galopando hacia el Norte, el Norte disimulando unidad, los separatistas buscando cámara, los victoriosos buscando firma y los dignos buscando señal divina. El pueblo, desde sus balcones, comenta, observa y vota en sondeos que solo miden la audiencia de quien la publica.

Y así seguirá Borinquenia, entre reinas que aceleran, tiburones que rugen, duques que sonríen y caballeros que hacen refundaciones. Mientras tanto, el pueblo sigue esperando que no se vaya la luz, aunque sea al final del tunel. Y fueron felices por siempre!