¿Cambiar la justicia?: Una mirada ante la violencia en adolescentes
Dos expertas analizan la violencia en adolescentes y plantean la Justicia Restaurativa como alternativa al modelo punitivo que predomina en Puerto Rico.

Columna de opinión por la criminóloga Lcda. Hilda Rivera y la Dra. Malavet, psicoterapeuta con licencia en Puerto Rico y el estado de Florida.
En los últimos meses, los titulares han estado marcados por una creciente preocupación: la violencia cometida por adolescentes. El tema ha desatado un debate público sobre la responsabilidad de estos actos: ¿la tienen los padres, las escuelas, el contenido de la música urbana o las redes sociales? Incluso se ha llegado a proponer medidas extremas como limitar el acceso a la tecnología o enviar a jóvenes a instituciones correccionales para adultos. ¿Irónico no?, estos espacios son conocidos como “la escuela del crimen”.
Pero mientras se discute sobre causas y castigos, se ha hablado muy poco sobre cómo estamos resolviendo los conflictos en nuestra sociedad. El enfoque dominante sigue siendo punitivo, orientado a castigar antes que a comprender, prevenir o transformar. Se privilegia la mano dura sobre la empatía, y se descuida el desarrollo personal de los adolescentes involucrados.
El modelo actual: castigo sobre entendimiento. Existen diversas formas de aplicar la justicia. Las tres más conocidas son:
Justicia retributiva, basada en el castigo del ofensor.
Justicia distributiva, enfocada en tratamientos terapéuticos.
Justicia restaurativa, que busca reparar el daño causado y restaurar vínculos.
En Puerto Rico, predomina el modelo retributivo. En este enfoque, el sistema promueve la confrontación para establecer ganadores y perdedores, castigando al culpable como única forma de cerrar el caso. Sin embargo, tanto víctimas como ofensores suelen salir del proceso sintiéndose ignorados. Las víctimas expresan no haber sido escuchadas ni tomadas en cuenta. A veces incluso son revictimizadas. Por su parte, muchos ofensores aseguran no haber tenido la oportunidad de explicar su contexto o de participar activamente en su proceso. En ambos lados, se instala un sentimiento de injusticia e impotencia.
En etapas de desarrollo tan delicadas como la adolescencia, vale la pena preguntarnos si el castigo es la única vía para responsabilizar a un joven. Sabemos que el cerebro adolescente continúa en desarrollo más allá de los 18 años. Esta es una realidad biológica que los adultos suelen aceptar en otros contextos, como la educación o la toma de decisiones familiares, pero que olvidan cuando se trata del sistema judicial. Ahora bien, este argumento no exime al adolescente de consecuencias legales. La pregunta no es si debe responder por sus actos, sino cómo debe hacerlo de forma justa y constructiva.
Frente al modelo tradicional, se alza una alternativa con resultados prometedores: la Justicia Restaurativa. Este enfoque no niega las consecuencias legales, pero propone una forma diferente de abordarlas, centrada en la reparación del daño y la transformación de las personas involucradas.
El criminólogo Howard Zehr (2007) define la Justicia Restaurativa como: “Un proceso dirigido a involucrar, dentro de lo posible, a todos los que tengan interés en una ofensa particular, e identificar y atender colectivamente los daños, necesidades y obligaciones derivadas de dicha ofensa, con el propósito de sanar y enmendar los daños de la mejor manera posible.”
Aquí, la clave no es el castigo, sino la responsabilidad activa del ofensor y la voz activa de la víctima. Se abre un espacio para el diálogo, el entendimiento y la reparación. Esto no significa eliminar las penas, sino complementarlas con procesos de sanación.
La Justicia Restaurativa no es una teoría sin aplicación. Países como Australia, Nueva Zelanda, y provincias de Canadá como Ontario y Alberta, han implementado exitosamente estos modelos. Algunos estados de Estados Unidos, como California y Colorado, también han apostado por integrar procesos restaurativos a su sistema judicial.
Los resultados son claros: según estudios, las víctimas que participan en estos procesos reportan sentirse más escuchadas, más satisfechas con el resultado y con una mayor sensación de sanación emocional (Latimer et al., 2005, p. 852). Además, perciben que los ofensores asumieron una responsabilidad real por sus actos (Strang et al., 2013, p. 12). Eso sí, estos procesos no son improvisados. Requieren planificación, tiempo, preparación y, sobre todo, la voluntad de participar por parte de todas las personas involucradas.
Adoptar modelos restaurativos no significa reemplazar el sistema judicial actual, sino enriquecerlo. El castigo no es la única manera de impartir justicia. Podemos avanzar hacia una cultura donde, en lugar de buscar culpables y condenas, se busque reparar, restaurar y prevenir.
La Justicia Restaurativa no exime a los jóvenes de consecuencias. Más bien, los hace responsables de manera activa, en lugar de pasiva. Permite que entiendan el daño que causaron y participen en su reparación, generando así cambios más profundos y duraderos.
Tampoco se trata de eliminar las sanciones, sino de abrir nuevas rutas para la rehabilitación y el entendimiento. En lugar de preguntarnos solo “¿qué castigo merece?”, podríamos comenzar a preguntarnos: “¿cómo puede reparar el daño que causó?”
No estamos hablando de un cambio judicial. Estamos hablando de dar pasos pequeños pero firmes hacia un sistema más humano, más justo y eficaz. Un sistema que reconozca que la adolescencia es una etapa crucial para la transformación, y que las respuestas del Estado deben estar a la altura de esa complejidad.
Cambiar la justicia no es suavizarla. Es hacerla verdaderamente justa.