El voto de los confinados: democracia con grillete

En esta columna se plantea que los confinados, al romper el contrato social, no deben conservar el derecho al voto y urge corregir ese error histórico

Por Juan Luis Camacho Semidei
Opinión|Sep 16, 2025
Juan Luis Camacho Semidei, pasado Secretario General del PPD. Foto suministrada.
Comparte el artículo:

En Puerto Rico acostumbramos a inventar “excepciones criollas”. Aquí un confinado puede perder la libertad, el trabajo, el derecho a caminar por la calle… pero no el voto. Porque claro, una papeleta cada cuatro años es más sagrada que la justicia misma.

Y todo esto empezó porque Carlos Romero Barceló —sí, el Caballo— firmó la ley que dio ese privilegio. ¿Lo curioso? Que después admitió que fue un error. Pero como buen político boricua, lo confesó cuando ya no había riesgo de perder votos. Esa es la valentía nuestra: heroísmo con fecha de expiración.

Hace unas semanas, en mi participación los miércoles en el programa WKAQ en la Tarde con Kike Cruz, mencioné que había que quitarle el voto a los presos. Kike, con la franqueza que lo caracteriza, me dijo que “nadie se atrevía porque perdían ocho mil votos”. Y le tuve que dar la razón. Pero también le respondí que quien se atreviera a dar ese paso, ganaría el apoyo de decenas de miles que, como yo, piensan que es absurdo ese “derecho” inventado a la boricua. En otras palabras: por miedo a perder unos pocos votitos, están dejando de ganar muchos votos más.

Nadie quiere tocar el tema hoy porque, ¡ay bendito!, se pierden un par de papeletas. Aquí un voto vale más que la coherencia. Que un violador o un corrupto condenado pueda incidir en quién gobierna, parece ser menos escandaloso que un político arriesgándose a perder 200 votos de cárcel. El miedo electoral es más fuerte que el miedo al ridículo.

Los defensores del voto carcelario dicen que rehabilita. Ajá. Con esa lógica, deberíamos repartir papeletas en las terapias de desintoxicación y en los talleres de manejo de ira. ¡Porque el verdadero remedio contra la criminalidad no es la educación ni la reinserción social, es marcar la “X” en la casilla correcta!

Y la hipocresía es tal, que a muchos les encanta vestirse con la bandera americana, citar a Madison y Hamilton, y hablar de “la Gran Nación”. Pero en Estados Unidos los confinados NO votan. Allá la democracia no se confunde con terapia ocupacional. Aquí, en cambio, queremos parecer gringos… excepto cuando los gringos nos dan el “mal ejemplo” de tener más sentido común.

Ahora que el presidente del Senado, Thomas Rivera Schatz, habla de cambios al Código Electoral, este es el momento perfecto para abrir un diálogo franco. Si de verdad queremos honrar la memoria de Romero Barceló —corrigiendo el error que él mismo reconoció— o simplemente cumplir con la sociedad que pide coherencia, ¿qué mejor oportunidad que incluir esta enmienda y pasar la página de una vez?

¿Quién gana con todo esto? El político, claro, que no tiene que ser valiente ni coherente. Con tal de no perder su bizcochito electoral, prefiere que un confinado tenga más derechos que las propias víctimas. Puerto Rico se convierte así en la isla donde las decisiones no se toman por principios, sino por miedo a un puñado de papeletas.

Si Romero Barceló se atrevió a reconocer su error, ¿qué esperan los líderes de hoy? ¿Que los confinados voten primero a favor de quitarse el derecho? ¿Que el FBI les dé permiso? ¿O que venga un político importado de Estados Unidos a recordarles que la democracia no se practica con grilletes?

La verdad es sencilla: los confinados rompieron el contrato social y, con él, perdieron el derecho a decidir sobre la sociedad. Todo lo demás es cuento.

Y si todavía algún político piensa que defender ese “derecho” da votos, que se atreva a confesarlo en público… a ver si no termina preso también en la cárcel de la hipocresía.