COLUMNA: Más allá de la ternura
En esta columna de opinión, el autor, Roberto Carlos Pagán nos habla sobre el cuido infantil como motor oculto de la economía.

En Puerto Rico, mientras muchos se debaten entre cómo reactivar la economía o fomentar la participación laboral, una verdad incómoda y subestimada sigue pasando desapercibida: sin cuido infantil, no hay país que funcione. Literalmente. No hay producción, no hay innovación, no hay progreso. Porque no hay quién trabaje si no hay quién cuide.
Durante décadas hemos romantizado la labor que realizan los centros de cuido infantil: hablamos del amor, la entrega, el compromiso. Todo cierto. Pero es hora de dejar la nostalgia y ver este sector por lo que realmente es: una infraestructura esencial para el desarrollo socioeconómico de Puerto Rico. Es uno de los pocos eslabones medibles y remunerados de la economía del cuidado en la isla. Y es también uno de los más frágiles.
Según datos del Departamento del Trabajo y Recursos Humanos, más del 70% de los cuidadores primarios en Puerto Rico son mujeres. La Encuesta de la Comunidad del Negociado del Censo, por su parte, revela que más del 60% de las familias indican que no podían insertarse en la fuerza laboral por falta de servicios de cuido accesibles. El Departamento del Trabajo y Recursos Humanos ha identificado consistentemente la falta de cuido como una de las barreras principales para la empleabilidad y la permanencia en el empleo en sus informes anuales. Es simple: sin cuido, no hay empleo; sin empleo, no hay movilidad; sin movilidad, no hay desarrollo.
Los centros de cuido no son solo espacios donde “dejan a los niños”. Son entornos donde se cimientan los primeros aprendizajes, se detectan retrasos del desarrollo, se promueve la socialización, se previene la violencia y se forma carácter. Pero también —y esto es crucial— son pequeñas y medianas empresas, lideradas en su mayoría por mujeres, que generan miles de empleos directos e indirectos, estos representan una cadena productiva que sostiene a la economía en silencio. Hay que reconocer que el Gobierno le ha dado importancia con programas, subsidios federales y estatales, pero hay que transicionar el modelo para que el sector privado se integre.
Frente a este panorama, urge una transformación en cómo se desarrolla el ecosistema y de cómo podemos promover que la empresa privada aporte a estos servicios, al mismo tiempo recibiendo beneficios contributivos. Necesitamos una reforma integral del sistema de cuido, que transicione de un modelo limitado a las "tablas de elegibilidad por ingreso", para convertirse en una política pública de alcance universal, condicionando el servicio a participación laboral. Este cambio es vital porque las tablas de elegibilidad a menudo desincentivan el avance laboral, creando un "benefit cliff" donde un pequeño aumento de salario puede resultar en la pérdida total de los subsidios de cuido. Esto no es una idea radical. Es una medida lógica y estratégica.
Primero, es hora de medir formalmente el impacto de la economía del cuidado en Puerto Rico. Hay que cuantificar su valor real en términos de empleos generados, productividad habilitada y desarrollo infantil promovido. Segundo, debemos comenzar a insertar el pago de servicios de cuido como una deducción permitida para patronos. Las empresas deberían poder integrar estos servicios como parte de sus beneficios marginales —como el plan médico o la aportación al retiro—. Esto no solo aumentaría la retención laboral, sino que aportaría al bienestar integral de las familias trabajadoras.
Tercero, y más ambicioso: la creación de un sistema universal de servicios de cuido, condicionado a la participación laboral, y no al nivel de ingreso, como ocurre con otros modelos internacionales. Esto evitaría penalizar el esfuerzo laboral y eliminaría la cruel dicotomía a la que muchas familias se enfrentan: ¿me quedo en casa con mis hijos y perpetúo el ciclo de pobreza, o los dejo en condiciones inadecuadas para poder generar ingresos? Nadie debería tener que decidir entre la seguridad de su hijo y su subsistencia.
Hace apenas unos días, en Montehiedra, trascendió el caso de una madre que trabajaba como conductora de entregas con su bebé en el asiento trasero del vehículo. El país reaccionó con indignación, pero pocos se detuvieron a analizar las condiciones estructurales que llevan a una madre a arriesgar así la seguridad de su hijo: la ausencia de alternativas reales de cuido, la falta de beneficios, la precariedad del empleo informal. No es negligencia, es desesperación. Y es más común de lo que queremos admitir.
Es momento de dejar de ver el cuido como un asunto "doméstico" o "familiar" y comenzar a tratarlo como lo que es: una infraestructura económica estratégica, medular para el desarrollo del país. Un sistema de cuido infantil robusto, accesible, profesionalizado y universal es tan importante como las carreteras, los puertos o las zonas de oportunidad económica. Le toca al gobierno promover un marco estatutario que lo facilite, le toca al sector privado estar dispuesto a invertir en sus empleados y nos toca a todos lograr el cambio de cultura.
Más allá de la ternura, más allá del amor inmenso que profesan quienes cuidan a nuestros hijos todos los días, los centros de cuido son una vértebra esencial y necesaria del país. Podemos hablar de futuro, pero ¿estamos dispuestos a invertir en quienes cuidan nuestro presente y garantizan nuestro mañana?